Me puse unos zapatos y salí corriendo a la calle. Llegué al bar y ahí estaba aquel tipo del teléfono con mi paquete debajo de su brazo...
Su apariencia pasaba desapercibida entre la multitud. Su aspecto era muy corriente sin nada que destacase en su rostro ni su manera de vestir. Pero supe que era él por su mirada que se clavó directamente en mis ojos cuando traspasé el marco de la puerta para entrar en el bar.
- Marcos Garcel, ¿verdad?
- ¿Se puede saber de qué se trata todo esto?
- No sabría qué contestar a esta pregunta. Yo sólo acepté el trámite de esperar dos años y entregarle este paquete.
Me acercó el misterioso paquete y lo dejó encima de la mesa que tenía justo a mi izquierda. Seguidamente dio un paso atrás advirtiendo mi asombro en tal situación. No noté ninguna intención en sus movimientos y, seguramente, él sentía tanta descolocación como yo. Bajé la mirada hacia aquel paquete. No hubiese adivinado nunca su contenido. Era un paquete amorfo, del color marrón de aquel triste papel que lo envolvía. Antes de recoger el paquete, sin salir aún de mi asombro, volví a dirigir mi mirada en el tipo que había dejado ese paquete en la mesa. Seguía allí de pie sin inmutarse.
- ¿Quien eres? ¿Quién te ha dado esto? ¿Qué es?
- No lo sé. Hace justamente dos años llegó a mi buzón este paquete y, tal como te he dicho, me llamaron diciéndome que tenía que entregártelo hoy a esta hora.
Miré mi muñeca izquierda buscando el reloj cuando me di cuenta que me lo había dejado en la mesilla de noche. El reloj de la pared marcaba las 2.44 y no sé por qué motivo, la situación de las agujas del reloj me resultaba inquietantemente familiar. Sentí miedo por primera vez.
- ¿Y quien eres tú?
- Me dijeron que no se lo dijese.
- ¿Cómo que no? ¿Por qué motivo?
- No lo sé.
- ¿Quién se lo pidió?
- No lo sé.
- ¡No me creo nada de esta historia!
- A mi me dijeron que te diera este paquete y ya he cumplido con mi misión.
Supongo que ahora empieza la tuya.
- ¿La mía? No entiendo.
El hombre hizo un gesto buscando la puerta y avanzó para irse. Lanzó un último vistazo al paquete que seguía encima de la mesa y cruzó la puerta. No supe cómo reaccionar y me quedé plantado sin decir nada dejando que se fuera del bar. No lo seguí ni con la mirada. Mis ojos se quedaron encima del paquete cuando escuché la campana de la iglesia que había dos calles al norte del bar que marcaba los tres cuartos. Sin saber el motivo, alargué la mano hacia el paquete, lo tomé y volví rápidamente a mi casa, al lado de la librería donde trabajaba. Me sentí observado mientras cruzaba la calle. Intuí en aquel momento que acababa de entrar en un extraño juego del que no me gustaría participar. Y del que no sabría salir.
Escrito por Andreu Pérez
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