Era domingo y caminaba por la calle París sobre las tres de la tarde. La luz del sol invadía todo el espacio. A mi me daba la sensación de estar en otra ciudad. Las calles de Barcelona tienen la peculiaridad de cambiar de imagen en función de los días de la semana. Es una ciudad de diferentes escenarios de un teatro. Yo recorría los bastidores de ese teatro.
Observaba que las terrazas de algunas cafeterías estaban vacías y cuando me asomaba al interior del local sólo veía a dos o tres personas tomando un café o una cerveza. Los domingos son días de reposo y de refugio en las casas para todos los ciudadanos.
Llegué a la calle Enrique Granados y subí hacia la Avenida Diagonal. Al llegar al cruce con Paseo de Gracia, me encontré con el obelisco, hermano menor del que está en la plaza de la Concordia en París. Al fondo distinguía la casa de las Puntxas y si miraba hacia el mar, podía observar dos figuras relucientes y altivas. Hijas de Gaudí, corales de mar, siempre posando para sus visitantes. La casa Batlló y la Casa Milà.
Subo por la calle Mayor y me pierdo por las pequeñas calles del barrio de Gracia. Llego a la plaza del Diamante y pienso en la descripción que Mercè Rodoreda hizo de ella en su libro: la plaza era como una caja vacía hecha de fachadas de casas viejas y el cielo como tapadera.
Cuando llego a la calle Verdi alguien me coge la mano. Es ella que me estaba esperando. Sonríe y yo hago lo mismo. La beso y la acaricio el pelo.
A dónde quieres ir.
A descubrir la ciudad.
Por dónde empezamos.
Por donde tu quieras…..
1 comentario:
Mira que es bonita Barcelona, y la de tiempo que hace que no me pierdo por sus calles....
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