Jamás podré entender tus manos.
Que se mueven silenciosas y aparecen repentinas.
Que las pierdo y que me pierden cuando acarician las mias.
Jamás podré entender tus ojos.
Que se encienden y se apagan como la noche y el día.
Que me inundan en sus aguas tan azules como frías.
Jamás podré entender tu cabello.
Que se enreda y que me atrapa mientras juega con tu cuerpo.
Como sombra de una rama que es mecida por el viento.
Jamás podré entender tu huida.
Ni tampoco, jamás, tu regreso.
ENE (el de Madrid)