HISTORIAS DE NUESTRA GENERACIÓN

domingo, 13 de julio de 2008

La ciudad más bonita

Había decidido salir a la calle a pasear. Hoy hacía un buen día y el sol brillaba con fuerza. Siempre había creído que Barcelona era la ciudad más bonita que había visto nunca, gris y nostálgica. También era la única porque no había viajado nunca fuera de la ciudad condal. Era la ciudad que lo había visto crecer y le gustaría que todo el mundo la viese con los mismos ojos que él la percibía.

Cuando llegó a la plaza de Cataluña, se paró en medio de un ejército de palomas que mendigaban y miró a su alrededor. Sabía que aquel punto era estratégico para hacer saber al mundo, a sus habitantes, que su ciudad era la más bonita y maravillosa que había existido nunca. Miró su reloj. Sabía que aquélla era la hora de más ebullición del día. El centro de la ciudad estaba lleno de gente, y todos le podrían escuchar. Por fin había llegado el momento. Se puso la mano en el bolsillo y sacó una pistola. Apuntó a una señora bajita con su carrito de la compra. Pasaba por su lado cuando la bala le atravesó el cráneo y cayó al suelo como un saco de harina caído de un segundo piso. El ruido estrepitoso y seco de aquella arma hizo que la gente de la plaza se agachase rápidamente y se girase, sorprendida y aterrada, hacia ese estruendo horroroso. La mujer quedó tendida en el suelo envuelta de un charco de sangre creciente, que se ensanchaba a gran velocidad. El líquido rojo derramado manchó las bambas de marca que hoy calzaba nuestro protagonista. El carrito volcado se despidió de las latas de cerveza que llevaba en su interior viendo como huían dando vueltas y se desperdigaban a lo largo de la plaza. Las palomas habían decidido que ése no era un lugar seguro y habían desaparecido todas. La gente chillaba y corría hacia todas las direcciones, empujándose y cayendo al suelo atrapada por un clima de pánico monstruoso hijo de aquel disparo.

Sintió como le hervía la sangre por sus venas. Se encontró cómodo en una situación que sospechaba que ya había vivido antes. Era una sensación agradable. Se acercó a los coches que huían e intentaban escapar dejando atrás la plaza y paró uno. El coche obedeció. El conductor, aterrado, tembloroso, no sabía como reaccionar. No llegó a oír lo que le decía pero supo que lo mejor era salir del vehículo. Alzó los brazos y vio como nuestro protagonista se introducía dentro de su auto y cerraba la puerta. Se sintió observado desde el asiento del conductor. Sonrió, y notó como le reventaba la cabeza de un inesperado disparo en la frente. Nuestro protagonista se escapó a través de la ciudad a todo gas.


Sabía que hoy era un día muy transitado. Los coches con los que se cruzaba zigzagueaban intentando sortearlo hasta chocar contra edificios, árboles o incluso atropellando los transeúntes que observaban la fuga atónitos. Se sintió vivo. Cuando llegó a su destino bajó del coche y respiró. Escuchaba de lejos las ambulancias y la policía que ya llegaban cerca de donde estaba. Entró en un portal y subió hasta el segundo piso. Abrió la puerta después de dar un par de vueltas con una llave que tenía guardada en el bolsillo. En el interior sus padres veían una película. Lo saludaron sin prestar atención y él se acercó sigilosamente al salón. Mientras miraban el televisor, volvió a sacar el revólver y lo descargó en su padre hasta que quedó esparcido a trozos en el sofá. El grito de su madre no duró mucho. Las últimas balas de la munición se terminaron en el interior de su garganta.


El comedor y el sofá estaban llenos de sangre. Las sirenas se oían al otro lado de la ventana. Había podido comprobar que todo aquello que había visto en películas americanas no tenía nada que ver con la experiencia vivida aquella mañana. Por eso se había comprado el último videojuego de moda. Estaba ambientado en Barcelona, la ciudad más bonita, maravillosa y excitante que había respirado nunca. Por fin, creía, que Barcelona estaba a la altura de las grandes ciudades donde los protagonistas de los videojuegos huyen, roban, asesinan y delinquen sin remordimientos. The Wheelman (así es como se titula el videojuego) le ha enseñado que esta ciudad no es peor que otras ciudades.

Escrito por Andreu Pérez Pons

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Este artículo da un poco de miedo...
Aunque, digan lo que digan, lo cierto es que la llegada de cierta inmigración conlleva la llegada de más armas y más actitudes violentas. Sólo hay que ojear los periódicos o ver los telediarios. O, como en mi caso, trabajar en un hospital; o en una comisaría.
Por otro lado, creo que todos estos juegos deberían estar prohibidos.
Nuestra sociedad cada vez va a peor. Pronto no sabremos dónde ir a vivir para estar tranquilos y encontrar algo de paz. Sin temor a salir a la calle ni a estar en casa.
El homo cada vez es menos sapiens.

Los Caballos de Troya dijo...

Tu comentario sobre: "la llegada de cierta inmigración conlleva la llegada de más armas y más actitudes violentas" Lo considero fuera de lugar.

En esta entrada, en ningún momento, se ha hecho alusión a los extranjeros como causa de la violencia.
Ese comentario ha salido de tí gratuitamente.

Esta entrada habla de un videojuego, independientemente del color, raza bites o pixeles de los personajes....

Anónimo dijo...

Pues esa es mi opinión. Cuando leo algo, pienso en muchas cosas, no sólo en las que pretende que piense quien lo escribe.

Perdonad, creí que éste era un foro de opinión. No sabía que había censura.

Ya no os volveré a visitar, no sea que cometa el error de volver a decir algo que a vosotros no os parezca políticamente correcto.

Saludos.

Anónimo dijo...

Tengo entendido que los políticos de Barcelona no están conformes con que la ciudad sea un escenario de este juego tan violento, y no quieren permitir su comercialización, al menos aquí.
Me parece muy bien.

Yo también creo, como el primer anónimo, que estos juegos deberían estar prohibidos.
Pero claro, el límite de la censura es tan subjetivo...

Por cierto, muy buena la redacción del artículo.

Ciao!